A 30 años del hallazgo del Señor de Sipán

Descubriendo la cultura moche en el Museo Larco de Lima

Fue amor a primera vista, lo confieso. Tan pronto vi las bellas y elaboradas piezas de cerámica de la cultura moche en el Museo Larco de Lima, estas conquistaron mi corazón. Tanto así, que esas imágenes plasmadas en greda se transformaron en una verdadera obsesión para mí. Tenía claro que alguna vez llegaría hasta la zona de las planicies costeras del norte del Perú, donde se originaron algunas de las más potentes civilizaciones del continente americano, y que me encontraría personalmente con algunos de los actores de estos valiosos descubrimientos.

Pieza de cerámica moche, Museo Larco 

Pieza de cerámica moche, Museo Larco

Una de esas personas claves fue Rosana Correa, propietaria de Los Horcones de Túcume, un bonito logde rural situado junto al extraordinario complejo arqueológico del cerro La Raya, precisamente en el pueblo de Túcume. Rosana es arquitecta de profesión y en su juventud trabajó en la zona haciendo levantamientos de sitio para diferentes grupos de investigadores. Entre ellos, nada menos que para Thor Heyerdahl, el gran explorador noruego que navegó en su balsa Kon-Tiki desde Perú hasta la Polinesia. Aunque hoy ya no vive en Túcume, Rosana se ofreció gentilmente para acompañarme en mi recorrido y me gestionó entrevistas con tres de los más importantes arqueólogos del Perú: Walter Alva, Carlos Elera e Ignacio Alva Meneses. A estos verdaderos “Indiana Jones” les agradezco el privilegio de haber compartido conmigo sus profundos conocimientos y sus vivencias más personales.

‘Los Horcones de Túcume’, el encantador lodge rural de Rosana Correa en Túcume

Ni Chiclayo ni Lambayeque, situadas a unos 12 kilómetros de distancia ente si y a unos 770 kilómetros de Lima, son ciudades especialmente atractivas, aunque su gastronomía (el famoso restaurante Fiesta tiene su casa matriz precisamente en Chiclayo), bien vale la pena un desvío. La ruta que las une, y que se prolonga hasta el extremo norte del Perú, cruza sectores polvorientos y está plagada de moto-taxis y lomos de toro (llamados allá ‘rompe-muelles’), lo que, sumado a choferes poco respetuosos, hace bastante caótico su recorrido. Pero más allá de la carretera, la fertilidad de la región se hace palpable a través de interminables plantaciones de caña de azúcar, del notable bosque ecuatorial seco de Pómac y de muchos huertos de frutas y verduras. Estas forman parte de la cocina del Perú desde tiempos ancestrales y son las mismas que la cultura mochica plasmó con gracia imperecedera en objetos de greda.

La impactante Huaca Las Balsas en Túcume, en el Valle de La Leche, 

Vista desde el cerro Purgatorio o La Raya al conjunto de pirámides de Túcume

Toda la región está considerada como una zona arqueológica, poblada de monumentales centros ceremoniales o huacas. A primera vista parecen solo cerros aislados y fuertemente erosionados. Pero una segunda y más detallada mirada revela otras estructuras, como explanadas sobre las que se desarrollaban los complejos ritos religiosos que caracterizaron las culturas fundacionales del norte del Perú. Muchas de estas huacas fueron saqueadas en tiempos pasados, pero hoy están bajo protección nacional y son fundamentales para el estudio de su cultura.

Adornos de Huaca de las Balsas, una de las 26 grandes construcciones de adobe de ese sitio arqueológico.

A 30 años del descubrimiento de las tumbas del señor de Sipán

Lejos del bullicio de Lambayeque, justo detrás del espectacular museo dedicado a Las Reales Tumbas del Señor de Sipán, se ubica la casa de Walter Alva, persona clave en uno de los más impactantes descubrimientos arqueológicos de América del Sur. En su monacal entorno doméstico, nada, absolutamente nada hace evidente su participación en este grandioso hallazgo hace tres décadas. Nada, salvo una pequeñita pieza de cerámica que me muestra casi con pudor al final de nuestra larga y distendida conversación. Se trata de un fragmento que representa un señor mochica con ornamentos semejantes a los descubiertos en Sipán. Cuenta que lo encontró cuando de niño recorría cementerios ya saqueados en el valle del Virú y que lo ha conservado desde entonces. “Lo siento casi como una premonición de lo que me deparaba el destino, y lo he guardado como una de las mayores pruebas de que en esta vida nada, absolutamente nada es casual”, dice con mucha emoción.

Walter Alva, arqueólogo peruano a cargo de excavar las tumbas del Señor de Sipán en 1987

Alva cuenta que corría febrero de 1987 cuando una noche la policía de Lambayeque tocó inesperadamente a su puerta. Por entonces tenía 36 años y se desempeñaba como director del Museo Brüning en dicha ciudad. Era –moralmente al menos– la persona más indicada para impedir que saqueadores destruyeran una importante tumba y retiraran objetos valiosos de Huaca Rajada, un monumento ubicado cerca de Chiclayo. Perú vivía tiempos de crisis, y esta práctica, sin una política oficial de valoración patrimonial, era pan de cada día. Walter cuenta que aún hoy se sorprende de su audacia cuando, sin medir las consecuencias, se enfrentó a delincuentes armados y amenazantes. Y no solo eso: durante un año y medio, él y Susana Meneses, su primera esposa, además de un puñado de estudiantes y arqueólogos, se turnaban para dormir en el lugar y hacer guardia a fin de evitar que los ‘huaqueros’ robasen ese valioso patrimonio.

La imagen que W. Alva ha guardado desde su infancia

Depósito de ofrendas con cientos de vasijas 

No pude dejar de preguntarle a Alva cómo es ese momento de epifanía con el cual todo arqueólogo sueña, en el que rescata de la tierra algo que muchos siglos antes alguien enterró allí buscando trascender la vida terrenal. Con la sencillez que lo caracteriza, cuenta que su primera gran impresión fue encontrar allí un depósito de ofrendas con más de mil vasijas, algunos adornos de cobre y osamentas que indicaban la existencia de “algo grande”. Sin embargo, lo que sintió como “un instante eterno e inolvidable” y que lo dejó sin habla, fue su encuentro con el perfecto rostro de una miniatura de oro, parte central de una orejera del Señor de Sipán. Su mirada, resguardada de la luz por más de 1.700 años, ahora parecía contemplar la eternidad más allá de las cabezas de los arqueólogos que en esos momentos la desenterraban.

Orejera de oro y turquesa, miniatura protagonista del ‘un instante eterno e inolvidable’ de W. Alva

Sería largo enumerar cada una de las ricas piezas y a todos los personajes que acompañaron al Señor de Sipán hasta su última morada. Pero vale la pena saber que esta no fue la única tumba encontrada en Huaca Rajada: en total fueron dieciséis, de diferentes épocas y rangos, todas ricas en ofrendas y objetos funerarios. Cada pieza está estupendamente montada y expuesta en el Museo Tumbas Reales de Sipán, inaugurado el 8 de noviembre de 2002 en Lambayeque, y que en sus primeros 10 años de funcionamiento ya ha recibido a más de un millón y medio de visitantes.

El extraordinario museo Reales Tumbas de Sipán en Lambayeque, norte del Perú

Texto y fotos © de Harriet Nahrwold